Psicología, política y pandemia: ensayando una lectura crítica de nuestra disciplina

Entre creer y no creer, entre manipulación y paranoia, en donde lo cierto se ampara en la única certidumbre más convincente que existe en este tiempo pandémico, que no es más que la mentira en todas partes y a toda hora, habitamos este presente mediático sofocante.

Por Carlos Andrés Reyes González, Profesor asociado de la Escuela de Psicología UNIACC

PsicologiaPandemia

El virus Covid-19 no ha hecho más que acelerar los procesos de desconfianza patológica en que vivimos. Ni la ciencia logra calmar la necesidad de estabilidad y confianza que se requiere. Gráficos por aquí y por allá, móviles, estéticos e ilustrativos, funcionan casi igual que memes para apoyar una u otra teoría de la desconfianza en las por momentos fatídicas redes sociales. Que el virus es de laboratorio o es resultado de la vida no humana parece superficial ante el escenario de incertidumbre que vivimos. Parece que los antiguos sacrificios de vírgenes al volcán, los degollamientos sanguinarios de esclavos por los aztecas y el arrojo de niños al mar de etnias sureñas, por muy crueles que hoy parezcan, generaban un mejor impacto en cuanto a brindar la calma que se requiere en eventos de esta magnitud. ¿Pero qué calma necesitamos hoy?, ¿una forjada en la mentira cínica de mirar hacia otra parte hasta que todo pase? ¿En recuperar el valor de las ficciones mitológicas para la calma de un pueblo siempre ignorante de las anomalías intrusivas de la naturaleza?, fenómeno, por lo demás, altamente aprovechado por la clase política mediática vigente, de derecha o de izquierda, que pelean en todo momento para aprovechar las circunstancias y así descalificar a su oponente (de ahí deriva de la frase de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, en su versión paradojalmente y culturalmente opuesta, “la política hoy es la continuación de la guerra por medios persuasivos”). El punto es que, para el ciudadano medio, altamente desconfiado como hemos dicho, ¡esto da lo igual!

¿Qué rol juega la psicología en esto? ¿el de la calma terapéutica, que en términos psico-culturales y políticos no abarca más que la estabilidad del individuo des-socializado y comprometido solo con su propio ser (y con suerte involucrando a su familia como lo más social que entiende)?

El volver a confiar parece una tarea tan básica, pero a la vez tan vital para recuperar el valor de la con-vivencia, pero a su vez tan compleja ¿confiar en qué, si para la opinión pública hoy es todo tan relativo?

Personalmente, no me deja de sorprender que la psicología, disciplina que se posiciona hoy con el derecho de comprensión de lo humano, aporte tan poco al respecto. Su funcionalidad al sistema vital individualizante y despolitizante según mi opinión aporta paradojalmente a la enfermedad cultural de falta de confianza colectiva en que operamos. Biopolítica, así lo llamaba Michel Foucault desde el plano de la filosofía. Me pregunto: ¿Por qué la psicología si estudia lo humano, no estudia lo político en él? ¿Quién dice que lo político, como modo de convivencia es siempre ideología? ¿No es esto síntoma de un tiempo en donde se ha puesto todo el peso de la vida en el ser personal, despojando al colectivo de la solución? ¿No es la mentira de la ciencia neutral el disfraz con el que se amparan ciertas ideologías de carácter político que disimulan sus propuestas de ciencia para de ésta manera matizar su impacto en algo que no parezca sospechoso de político? Como un ejemplo de esto último, veo en la perspectiva de género una teoría muy matizada del feminismo y que gracias a su disfraz científico ha logrado ingresar a la academia y por tanto también al espacio público. Sé que existen otras perspectivas al respecto, pero todas ellas, las que incorporan el poder en su reflexión, deben encasillarse académicamente hablando bajo un forzoso concepto de “socio críticas” (como si las demás perspectivas no fueran igualmente críticas).

El psicólogo comunitario intenta hacer de lo colectivo una sanación, tienden a apoyar sus teorías del “empoderamiento” en lógicas que sin embargo no escapan a lo científico. Y desde una perspectiva psicológico-cultural, como hemos dicho, lo científico obviamente es parte del juego despolitizante en que vivimos ¿A qué se debe ese imperativo sacro de que lo científico debe ser neutral? ¿No son ya el hecho de hablar de perspectivas en las humanidades ejemplo de que esto ya no existe? ¿Qué factor histórico explica este complejo de ciencia pura? ¿No hay una contradicción evidente entre neutralidad y el empoderamiento que los cientistas de lo comunitario pretenden hacer para el trabajo social?

Yo he visto colegas de la clínica que se cansan con la palabrería politiquera del psicólogo comunitario y también he visto a estos últimos con cierto aire pedante burlándose de la ingenuidad del burgués del diván (algunos con tono de superioridad marxista), pero ni uno ni otro son capaces de salir del embrollo. Habría que preguntarles a los marxistas y otros de su género si acaso no saben que la guerra llama a la guerra. Y si no ven que aquí y justo aquí está su conflicto operativo.

El marxismo tampoco ayuda a salir de la paranoia del sistema de desconfianza en que vivimos. Como teoría es genial pues da aportes relevantes para la comprensión de «dominio y manejo de conciencias», pero como solución no, pues según mi opinión queda inscrito en los tiempos de explotación y armas propia del siglo XIX y que hoy ya son obsoletos para una lectura positiva de la reorganización colectiva éticamente comprometida. Para éstos, como hemos dicho, el compromiso es pelea y la pelea llama más pelea; sino ver las hiperreacciones de los de derecha, que cualquier cosa que le suene a izquierda están preparados siempre para una respuesta, por muy irracional que por momentos esta parezca. De ahí que en términos psico-político y culturales, izquierda y derecha hoy sean en los hechos expresión de lo mismo (catalizadores de la desesperanza cultural de “vivir de buena fe”).

Es fácil criticar al capitalismo, pero difícil proponer soluciones. Y para mi esta es tan obvia que arriesgo ser considerado ingenuo por las conciencias superiores (especialmente de las autodenominadas conciencias críticas). Sólo en la participación colectiva de buena fe (por muy ingenuo que suene esto insisto) se puede reconstruir la confianza. Así como el amor privado que sentimos hacia nuestros hijos, debe ser redirigido el amor por lo político en un plano de voluntad consiente. Y no entiendo el amor aquí como deseo ni como carencia que busca su competición inconsciente como lo plantea el psicoanálisis Freudiano y Lacaniano. Lo entiendo desde una fórmula más sencilla, como un compromiso de trascendencia a los intereses personales y temporales, es decir, en beneficio de hoy y mañana. Es más, las teorías de apego llevadas a lo político me parecen una lectura ética interesante y quizá, más relevante que la liberalista y a marxista juntas para la discusión psicopolítica de la confianza. En ello veo un potencial aporte que la psicología “debe” revisar.

Instituciones que la hagan valer y cómo la hagan valer he ahí el asunto exclusivamente político y no académico. Aunque en el intento y en sus resultados revisables se construye el camino de la confianza psicopolítica.

Por ahora, pienso podemos empezar por construir una nueva forma de entender la psicología, desde una esfera dedicada a los estudios psicopolíticos y culturales de nuestro presente. Veo ahí un futuro promisorio para nuestra disciplina.

Carlos Andrés Reyes Gonzaléz: Profesor asociado de la Escuela de Psicología UNIACC. Realiza clases en la asignatura de epistemología en pregrado y en Estado y Juventud en el magister en intervención con jóvenes y adolescentes. Es licenciado en psicología en la Universidad Católica del Norte Chile, magister en filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Chile y magister en ciencias políticas de la Universidad Tecnológica Metropolitana Chile. Actualmente realiza su doctorado en el programa de filosofía contemporánea y estudios clásicos en la Universitat de Barcelona España.