El supermercado ¿oportunidad para la arquitectura?

La sobremodernidad y los no-lugares son conceptos desarrollados por Marc Augé durante la última década del siglo XX surgidos a partir del análisis de la ciudad y sus nuevas dinámicas (Augé, 1992). Con ellos, se señala una alteración de la ciudad contemporánea más que a una evolución en su proceso de cambio. Ésta, dice Augé, se ha construido borrando sus raíces, sin rescatar elementos de memoria, ni patrones de significado. Hoy en día, se privilegia funcionalidad y economía, produciendo una homogeneidad sin jerarquías, garantizando eficiencia, pero sin construir lugares.

Santiago en un ritmo de crecimiento acelerado, ha sufrido en cierto modo esta sobremodernidad. Podemos ver que la ciudad se expande y sus periferias tienden a conformar un área informe, plana, extensa y horizontal, sin jerarquías, sin monumentos, sin hitos, sin lugares. Se critica que Santiago ha crecido con paños de poblaciones homogéneas, sin identidad ni carácter, en un fenómeno más bien generalizado, que es muchas veces independiente del sector socio-económico que las habita. Y a pesar de que estas semanas nuestras ciudades están mucho más desiertas (producto de la pandemia del Covid-19), lo cierto es que los espacios públicos y colectivos volverán a activarse, y con ello sus espacios comerciales. Como señala la arquitecta Alejandra Celedón, “probarán no solamente ser ecualizadores sociales, sino también cultural y ambientalmente fundamentales” (López, 2020, parr.3). ¿Qué oportunidad de re-diseño habrá tras esta experiencia para pensar los nuevos espacios comerciales?

TUŠ (supermarket), Celje, Slovenia. Arquitecto: Marian Zupanc.

Los supermercados surgen a mediados del siglo XX, como nuevos centros de comercio, en respuesta a las exigencias que trajeron consigo la serie de cambios en los que se vio envuelta la ciudad moderna. Nacen como encarnación de las ideas de eficiencia y funcionalidad que provienen directamente de los requerimientos del mercado. Generalmente en el comienzo, tomaron forma de un volumen cerrado, aislado de su entorno, y con una organización interior orientada exclusivamente a satisfacer las necesidades de consumo. En mucho, estas características se contraponen a lo que fueron los mercados de abastos en la ciudad. Éstos se caracterizaron por su arquitectura abierta al exterior, con varios accesos y locales en su perímetro. Fueron capaces de generar nuevos flujos a su alrededor e incluso a través de ellos, configurándose en espacios públicos, donde el comercio implicaba una instancia de intercambio y comunicación. De este modo, se consolidaron como lugares de encuentro, interacción y vida pública.

Los supermercados han sido entendidos como un no-lugar por excelencia, espacios impersonales comparables con un cajero automático o un ascensor. “Los supermercados y los malls son demonizados por algunos” como señalaba la arquitecta Montserrat Palmer (2006, p.9), entendidos como edificios funcionales al consumo donde el usuario se guía por carteles, consulta precios en lectores de código de barras y paga con tarjetas. La relación entre vendedor y comprador desaparece, el intercambio es reducido sólo a los productos, no hay lugar para la interacción o el intercambio de ideas y cultura, situación que es descrita como propia de los antiguos mercados de abastos: lugares que congregaban a una sociedad, otorgando identidad y reflejo histórico a su ciudad.

Pero en Santiago estos centros de comercio, los supermercados, han ido modificando su condición original, para intentar satisfacer las necesidades de interrelación, encuentro y pertenencia que había dejado el cambio de mercado a supermercado. De este modo, se han integrado cafeterías y pequeñas plazas de estar en los bordes e interior de sus edificios, con la intención de congregar socialmente y de facilitar el encuentro de la gente, que debido a la escasez de otros espacios públicos en su entorno se dirige a ellos.

Marc Augé en su libro Los no lugares: Espacios del anonimato, una antropología de la sobremodernidad (1992), plantea el problema a partir de dos tipos de cambios que ha sufrido la ciudad: un proceso de modernidad, donde la transformación implica una interacción entre los elementos tradicionales de la ciudad y los modernos, una imbricación entre lo antiguo y lo nuevo (no se borra el pasado, sino que se pone en segundo plano, logrando preservar las temporalidades del lugar); y un proceso de sobremodernidad, donde la ciudad sufre una serie de transformaciones aceleradas que no integran los lugares de la historia (éstos son borrados o convertidos en un exotismo, una singularidad). De esta forma el cambio, más que una evolución, es una alteración de la ciudad, en que no se toma en cuenta los patrones de significado existentes, donde se privilegia el factor económico y la eficacia en pro de conceptos como: globalización, homogeneización, rapidez, fluidez, tránsito, comodidad, facilidad, transitoriedad. Fruto de este proceso surgen los no-lugares.

Con el transcurso del tiempo los supermercados han evolucionado, no sólo aumentando la variedad de sus productos y servicios, sino también modificando su forma y organización original. De este modo han logrado satisfacer, además de una necesidad primaria de abastecimiento de sus clientes, otras necesidades humanas, como una manera de aumentar su atracción y competitividad en el mercado. Así, han empezado a integrar funciones no sólo de consumo, sino también de entretención y encuentro, provocando nuevamente la comunicación y el intercambio. Mucha gente los considera como un lugar que permite satisfacer, además de sus necesidades de consumo, las de socialización y esparcimiento. Y aunque los momentos y espacios de interacción en los supermercados aún son minoritarios y eventuales (shows, exposiciones, restaurantes) se puede pensar en ellos como una posibilidad creciente de replantear los mercados como espacios públicos de intercambio colectivo.

Los supermercados han atravesado y atraviesan hoy por un proceso de transformación que los lleva a retomar el rol de espacio público que jugaron las plazas de abastos en sus orígenes. Si bien estas transformaciones fueron, en general, motivadas por factores económicos, las consecuencias que tienen en la vida cotidiana de los ciudadanos trascienden ese ámbito, afectando el desarrollo social y cultural. Cabe preguntarse, entonces, por las posibilidades que este fenómeno abre a la arquitectura, y porqué las escuelas de arquitectura han sido tan temerosas de incorporarlo como un programa válido de explorar y enseñar. Algunas interrogantes iniciales son: ¿Dónde reside la «arquitectura» de estos espacios?, ¿son capaces de construir identidad o memoria?, ¿qué oportunidades ofrecen?, ¿cuáles son los desafíos que presentan a la disciplina?

En momentos en que la expansión de la pandemia de COVID-19 nos obliga a recalcular las distancias necesarias en nuestra convivencia cotidiana, debemos observar el fenómeno de transformación del espacio comercial a espacio público, para entender cómo los supermercados han llegado a conformar un espacio experiencial de intercambio social y el potencial que ofrecen como campo de diseño arquitectónico. La evolución de diversas características espaciales ha permitido esta mutación, para poder albergar la nueva condición mencionada, tanto en su escala urbana (como edificios que se relacionan con su entorno), como en su espacio interior (en cuanto recintos cerrados que buscan la condición de públicos). A partir de lo indicado, será necesario que los arquitectos abordemos la relación entre los fenómenos espaciales y los fenómenos sociales que detona el supermercado, siempre apuntando a la posibilidad de entenderlo como una nueva forma de espacio público de intercambio colectivo, capaz de constituir lugar.

Sergio Salazar Álvarez, Magister en Arquitectura – Escuela de Arquitectura – Facultad de Arquitectura, Diseño y Artes Visuales UNIACC

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